sábado, 20 de agosto de 2016

Los inicios

Ya me lo hizo notar mi padre cuando,gozando aún de mis días infantiles, me preguntó qué clase de tocino del que compone un jamón me gustaba más, si el blanco o el marrón. Ante mi decidida respuesta de que era mucho mejor el marrón (dónde va a parar), él adujo, también con determinación: -No tienes malos gustos pa ser tan joven.- Y tan pobre, podría haber añadido sin marrar el juicio.
Pese a ser un vulgar obrero, siempre he tenido aficiones burguesas.
 Tal contradicción me ha llevado a sufrir la constante abstinencia de sus prácticas, habiéndome de contentar con ver y admirar lo que hacían otros. Así con la montaña como con los deportes aéreos, la astronomía o la fotografía. Aunque con esta última no me han faltado ocasiones de "quitarme el mono", desde mi primera cámara, la entrañable y barata Werlisa, hasta la avalancha digital pasando por las clásicas y pesadas réflex del otro lado del telón de acero.
Ya entrados los años de la madurez, palabra esta que en la presente edad va comenzando a ser salvífico eufemismo de senectud, pude llevar mi cámara fotográfica en la mochila de algunas excursiones montañeras, o en la angosta cabina de algún velero sobrevolando campos de Castilla, o de algún precario ultraligero.
La transversalidad de la fotografía es lo que tiene, que se pueden matar dos pájaros de un tiro sin efusión de sangre.
Así, una noche estival del año 2013, cuando, tendido en una cómoda hamaca, practicaba mi sencilla afición a mirar las estrellas con no más que los ojos y las ligeras gafas de ver, se me ocurrió la idea de intentar un retrato de Andrómeda. Nada menos.
Quizá el mayor esfuerzo de la aventura fuera abandonar la distendida posición sobre la hamaca vacacional, pero una vez logrado, monté la cámara equipada con un generoso teleobjetivo de 300 mm. sobre el frágil trípode, y busqué la galaxia infructuosamente en la pantalla. Tras diversos intentos conseguí atraparla en el encuadre, pero  nada más. No había manera de reconocer el célebre objeto Messier 31 en aquellas primeras tomas, ni siquiera de sospecharlo.
Así que recurrí al Gran Oráculo, a la omnisciente Red. Allí descubrí un mundo ignorado hasta entonces por mí: El universo de la astrofotografía amateur, sus recursos y la suficiente información como para saber que podía intentarlo.
A continuación os muestro los resultados de aquellos primeros escarceos.
Podría hacerlo, quizá debería hacerlo, pero no me avergüenzo de estas imágenes. No son malas, son malísimas, acaso impresentables, pero cuando las capté, cuando vi que se podía reconocer la galaxia, que se podían intuir sus estructuras, sentí una satisfacción cuya repetición es cada vez más improbable, pese a la evidente mejora que he experimentado en técnicas, tecnología y experiencia.
Por otra parte, supongo que para quien se inicia en esta afición, ver la extrema pobreza que acompaña los inicios de otros, puede ser algo alentador.
Mi primera fotografía de Andrómeda


Vía Láctea con satélite Iridium

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario