jueves, 29 de septiembre de 2016

El gato de Schrödinger.

A mi madre, que no lo entendería (¿O sí?)

Erwin Schorödiger afirmaba que mientras no abriéramos la caja, el gato que habitaba su interior permanecería vivo y muerto simultánea y continuamente, sólo al retirar la tapa y observar su contenido, el felino adoptaría súbitamente uno u otro estado, estando sólo vivo o sólo muerto.
Supongo que el eminente físico, al igual que sus colegas Werner Heisenberg y Niels Bohr entre otros, estaba equivocado, pues cuando abrí la caja, el gato mostraba un consolidado rigor mortis, como de 24 horas, sin embargo seguía lleno de vida.
Ese día una brisa suave y apacible, llevaba con ternura algunas hojas hacia la tierra leve del Otoño, las uvas maduras estaban llenas de futuras Primaveras y casi todo era hermoso.
Cuando no llueve, las lágrimas son una buena alternativa para regar el huerto donde germinan los gatos.

La vida, como la materia y la energía que la forman, no se destruye nunca, se transforma siempre.

Las  fotografías correspondientes a esta entrada son impublicables. Lo siento.
... Bueno, alguna sí que puedo poner.

          



El gato está vivo

sábado, 24 de septiembre de 2016

De los Cometas

Para ser fiel a las muy antiguas y asentadas tradiciones de este blog, voy a comenzar la presente entrada abordando la etimología de la palabra que define el objeto tratado.
Cometa proviene, dicen los que entienden (de esto), del vocablo griego κομήτης
A quienes venís siguiendo estos artículos míos, es decir a vosotros tres, después de lo de los planetas ya os supongo bastante sueltos y versados en la lengua de Sócrates, por lo que no considero necesaria explicación alguna sobre el término clásico. Sé que lo habéis entendido nada más verlo. Pero por si surgiera que a alguien, pasando por ahí y como el que no quiere de la cosa, le diera por echar una ojeada, ya fuera liviana y aun esquiva, diré que las letras raras, en su orden, en su composición y en su conjunto, quieren decir Cabellera o Melena. Esto si hubiéramos de traducirlo actualmente a la lengua oficial de Camuñas. Pero antes de la vigente actualidad camuñera, aconteció la pretérita actualidad romana, y aquellas gentes de las túnicas y los cascos ornados con cepillos, tradujeron  el ya por entonces viejo vocablo por Cometa, y con Cometa se han quedado  esos pequeños astros que en excéntricas órbitas, ya elípticas, parabólicas o hiperbólicas, recorren el sistema Solar desde los remotísimos confines exteriores a las inmediaciones cálidas de la estrella.
Esto es así porque los cometas contienen materiales que se subliman al acercarse al sol, formando una suerte de atmósfera alrededor de su núcleo, que asemeja una especie de cabellera. Tras una observación más detallada se vino en diseccionar el cuerpo celeste descubriendo y clasificando las diversas partes que lo componen. Hoy en día, y sin que el conjunto haya sufrido cambios en su denominación, la Cabellera o Coma es sólo una parte de los cometas: su “atmósfera”.
Más dentro está su núcleo, hecho de Hielo y materiales rocosos; y más fuera se extiende su cola, la más vistosa y peculiar de sus características. Bueno, en realidad los cometas suelen tener dos colas, una llamada iónica, que se extiende siempre en dirección contraria a la posición del sol, y otra compuesta de polvo que va quedando atrás, como una estela, en la dirección seguida por el astro. A veces coinciden y se confunden en una sola, en otras ocasiones aparecen perfectamente diferenciadas y divergentes, formando una especie de uve cuyo vértice es el núcleo.
¿Que de dónde vienen? Al carecer de pasaporte no ha resultado fácil averiguarlo, porque amén de la carencia del preceptivo documento, no pueden declarar su procedencia de forma inteligible, pues no conocen el griego, ni el latín, ni el castellano, ni el camuñero, ni el inglés… Bueno el inglés es normal que lo ignoren dada la condición minoritaria de ese rarísimo idioma, pero podrían saber villafranquero, pues se sospecha que algún paisano del vecino pueblo ha llegado a sus peregrinas superficies con la emprendedora pretensión de vender especias. Pues no, tampoco parlan villafranquero. Ante tan denso enigma, la ciencia no ha dudado en emplear su más eficaz arma: El chinchorreo metódico. Así ahora sabemos que estos astros, viajeros donde los haya, proceden,  unos del Cinturón de Kuiper, una especie de anillo de asteroides ubicado más allá de Neptuno; y otros de la Nube de Oort, región aún hipotética poblada de fragmentos de hielo, así como de rocas sueltas de distintos tamaños y de diversas formas, que rodea todo el sistema solar, teórica y supuestamente por el momento.
¿Qué a dónde van? La mayoría de ellos al lugar de su procedencia, para volver después sobre sus pasos una vez y otra vez hasta gastarse totalmente. Otros no se resignan a darle tantas vueltas a su existencia y se marchan del sistema solar. Hay otros que deciden establecerse en alguno de los grandes planetas que encuentran en su viaje, y se quedan ahí, dando más vueltas, pero evitando las calores de las cercanías del Sol. Y aún hay otros que se estrellan contra la estrella, o contra alguno de los planetas cuya vecindad invaden con temeraria inconsciencia y sin ver el peligro.  
Conviene decir que en su origen los cometas no son tan vistosos como cuando se ponen al alcance de nuestros telescopios. Su cabellera y sus colas aparecen sólo cuando se acercan al Sol lo suficiente como para que los materiales de sus superficies comiencen a sublimarse, entre 5 y 10 Unidades Astronómicas. La cola iónica la componen partículas que son arrancadas de la cabellera e impulsadas hacia el espacio por el viento solar. A medida que los pequeños astros se acercan a la gran estrella, sus colas se hacen más grandes y brillantes, para decrecer cuando, pasado el perihelio, se van alejando.
Los cometas han suscitado siempre una gran atención, y su influencia en la historia de la humanidad es notoria y no siempre positiva. No por su culpa, que ellos pasan, sino porque no pocas veces, en cuanto se ponían a tiro, comenzaba a proliferar, de forma directamente proporcional al crecimiento de sus colas, el número de profetas, adivinos, augures, videntes y charlatanes de toda laya que anunciaban incontables catástrofes de las que les hacían responsables o emisarios. Como botón de muestra sugiero consultar uno de los más recientes y dramáticos sucesos relacionados con esto: El suicidio colectivo de 39 personas, pertenecientes a una secta llamada Heaven’s Gate. ¿En la edad media? No, fue en 1997, con motivo del paso del bello y espectacular cometa Hale Bopp, en la era de Internet y en el patético caldo de un potaje sincrético de creencias que amasaban a Cristo con los extraterrestres sin dejar fuera del puchero casi ninguno de los credos que en el mundo han sido y son, desde los más exóticos a los más autóctonos, desde los más vetustos a los más novedosos, mostrando siempre una especial predilección por sus aspectos más delirantes y absurdos. Pero esta es otra historia.
Soy consciente de lo mucho que me dejo en el tintero respecto a estos pequeños e inquietos vecinos de Sistema Solar, cada uno de ellos merecería una entrada al menos tan larga como esta, pero por el momento sólo pretendo un inicial acercamiento, un primer contacto genérico, y creo que ya está bien, salvo que alguien aporte algún dato, que será bienvenido, alguna puntualización, corrección, crítica, comentario o pregunta, que también.
Mi experiencia fotográfica con los cometas he de confesar que es casi inexistente. Contaba con Ison para estrenarme, lo tenía todo preparado para el gran espectáculo que anunciaba la llegada de este cometa, pero se rompió en un perihelio demasiado cerrado. La estrella no perdona, no puede. Yo habría cambiado ese nombre que tantas expectativas suscitó, por el de Ícaro.

Me estrené en Corral de Almaguer con Lovejoy, en una fotografía de amplio campo que pretendía mostrar toda la extensión de su inmensa cola.


Como no parece que la cosa fuera para tirar cohetes, pretendiendo hacer de la necesidad virtud realicé este montajillo utilizando elementos del entorno.



Luego lo intenté con Catalina y sus claramente diferenciadas colas. Le retraté a su paso entre la estrella Alkaid y la Galaxia del Molinete (M101). Pongo la imagen porque no tengo más para elegir. Estaré más atento con las próximas visitas.




Para intentar in extremis que esta fotografía tenga alguna utilidad, voy a explicar con ella las partes de un cometa.



Lo peor del asunto es que no voy a tener una nueva oportunidad con este cometa. Catalina ha venido por primera y última vez. Se ha ido para siempre, como está escrito:

Volverán las oscuras golondrinas
del canalón sus nidos a colgar,
pero el bello cometa Catalina,
ese, mi muy querida Josefina,
ese no volverá.


Me quedaría mal cuerpo si concluyera esta entrada con tan escasas y tan pobres imágenes, Por eso, y para dejaros una buena impresión, he decidido insertar una impresionante imagen del Hale Bopp. Es una de las mejores que he visto entre las muchas que nos dejó este cometa, cuya contemplación me deparó inolvidables momentos vividos con mi hijo Néstor en su infancia, desde el molino de La Unión.
La fotografía que os muestro ahora, que compensa  con creces la mediocridad de las anteriores y que en mi opinión salva esta entrada, es de Rubén Martín-Benito y, según dice él mismo, aúna dos de sus más añejas aficiones: la astronomía y la fotografía de fiestas populares.
 Disfrutadla.
Holy Week and Hale Bopp (Rubén Martín-Benito Romero)




jueves, 22 de septiembre de 2016

De los luceros

El vocablo latino “Planeta” proviene o se deriva de una palabra griega que se podría traducir al actual castellano por “vagabundo”, “nómada” o “errante”. Bueno, para el caso, y si tuviera que traducirlo yo, me inclinaría por elegir “errante”, aunque al no conocer el griego antiguo lo tendría complicado, ya que el clásico idioma no se parece ni un poquito a los dialectos camuñeros que suelo manejar de cotidiano. Aquí pongo la letra original por si alguien supiera darle su debida lectura: πλανήτης. No, no es griego inventado, aunque confieso humildemente que es copiado y pegado, todo sacrificio es poco en favor de la ciencia.
En la antigüedad, cuando las gentes de cualquier condición contemplaban los astros, todo lo que veían, a parte de la Luna, el Sol y algún cometa, eran estrellas. Estrellas fijas, estrellas fugaces y estrellas errantes. Estas últimas son las que ahora conocemos como planetas, después de haberlas conocido como luceros en la inocente infancia.
Recibieron el andarín apelativo porque, a diferencia de sus hermanas fijas, que parecen estar clavadas en el orbe y moverse solidarias e isócronas con él, estas van desplazándose, noche a noche, sobre el sereno e inmutable fondo. Salvo en los periodos de retrogradación (especialmente apreciables en Marte), en los que se rezagan y parecen volverse, los planetas van adelantando estrellas en su constante (y aparente) giro del Oriente al Occidente de nuestro mundo. Por eso les cascaron la etiqueta de errantes, como vengo diciendo y acaso repitiendo ya en exceso.
Con el andar del tiempo hemos ido conociendo mejor estos astros. Incluso hemos averiguado que nuestro mundo es uno de ellos, y no de los más grandes. Tal cognición lleva en sí misma una inmanente lección de humildad que, según parece, nos obstinamos en ignorar. Aunque de otras más grandes y recientes hemos salido indemnes, como si no hubiera más parientes que nuestros dientes.
Bueno, no voy a deslizarme hacia la filosofía que por ahí me escurro como por las heladas laderas de Cabezas del Hierro (Cara norte), y puedo terminar mal.
Cuando yo era niño, cosa que sucedió algunos años después de que Galileo Galilei pasara por la vida (aunque no muchos, que ya tengo una edad), se conocían nueve planetas. De interior a exterior: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Luego, en el año 2006, se redujeron a ocho tras aprobarse una especie de ERE en el que fue despedido Plutón, cosas de la modernidad laboral.
Bueno, en realidad fue una reestructuración necesaria ante el ingreso de nuevos miembros en la plantilla planetaria, y lo que sucedió es que se creó una nueva categoría: Los Planetas enanos.
Tras un polémico examen, no exento de dimes y diretes, la Comunidad Científica consideró que Plutón no era más que sus recién descubiertos vecinos exteriores Haumea, Sedna, MakeMake y Eris. Ya puestos a reestructurar, el asteroide Ceres, situado en el cinturón de asteroides que hay entre Marte y Júpiter, fue ascendido de categoría, considerándose desde entonces, y sin carácter retroactivo, Planeta Enano. Ni él (o ella) por su ascenso, ni Plutón por su degradación, parecen haber notado nada especial, y siguen comportándose como siempre, a su bola.
Tampoco muestran afectación alguna por su descubrimiento los miles de planetas que se están encontrando en los campos gravitatorios de otras estrellas y que por eso, por ser de otras estrellas, reciben el nombre genérico de “Exoplanetas”.
La fotografía aplicada a los planetas del sistema Solar, constituye una categoría dentro de la astrofotografía, se la conoce como  Planetaria, y todo aficionado que se precie la intenta. Algunos la consiguen y, aunque este no termina de ser mi caso, yo también la he intentado y la sigo intentando.
Los planetas que están al alcance de mis conocimientos y mi equipo son Marte, Júpiter y Saturno. Aunque me queda algo lejano, también a Urano le meto mano, Ahora espero su oposición para volver a intentarlo. Neptuno está fuera de mi alcance, y de Plutón ni hablamos. Venus, pese a su cercanía, me resulta difícil, y sólo puedo captar sus fases. Y Mercurio, amén de ser demasiado pequeño, está siempre muy cerca del Sol, y mis retratos de su body no revelan mucho más de lo que puede verse a simple vista.
Quizá dedique una entrada, en días venideros, a cada uno de estos nuestros vecinos.
También tengo en la mente la idea de hacer un breve tutorial de astrofotografía planetaria para la sección de Aprendizaje, donde pienso explicar cómo lo hago, aunque sea para que se sepa cómo no debe hacerse. Pero por el momento ya voy considerando excesiva la murga de esta entrada, y me dispongo a concluirla con algunas imágenes de las que he conseguido en este campo en el que, como astrofotógrafo aficionado, me encuentro aún cursando el quizá inacabable noviciado, y sin haber salido todavía de la categoría de “Quieroynopuedo”. Aunque, como veréis, yo, tan inasequible al desaliento como  inmune al ridículo, no dejo de intentarlo.


Venus


Marte

Júpiter

Saturno

Urano





sábado, 17 de septiembre de 2016

La ilusión de Ponzo

La palabra castellana “Ilusión” tiene, como la mayoría de los vocablos de nuestra rica lengua, varios significados, dependiendo de los contextos donde aparezca.
Una de sus acepciones, según la Real Academia de la Lengua, es la siguiente:
“Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugerido por la imaginación o causado por engaño de los sentidos”
Esa precisamente es la aplicación semántica que invoco para la hermosa palabra en esta entrada, pues de engaño de los sentidos va la cosa.
La ilusión de Ponzo es una errónea percepción de los tamaños de las cosas, provocada por la influencia de rectas convergentes o por efectos de la perspectiva. La describió el psicólogo italiano Mario Ponzo, a quien debe su nombre, allá por los inicios del pasado siglo XX.
Una de sus más cotidianas expresiones se aprecia en los astros; en todos, en las constelaciones, en los planetas… Pero resulta especialmente llamativa en el Sol y en la Luna.
Todos hemos visto cómo estos astros presentan un tamaño considerablemente mayor en sus ortos y ocasos que en su cénit. Por lo general  solemos atribuir el fenómeno a un efecto de refracción atmosférica. Pensamos que el aire se comporta como una lente de aumento, y al ser mucho mayor la cantidad de este fluido  que atraviesa la luz cuando procede de los horizontes que cuando proviene de la altura, se ofrece a nuestros ojos una imagen más grande y ampliada del objeto emisor. Sin embargo esto no es cierto. La percepción  equivocada de los tamaños se debe a una errónea interpretación de nuestros cerebros. Es una Ilusión óptica, como tantas otras.
Si algo caracteriza el avance de la astronomía es, precisamente, el cuestionamiento de lo que nos sugieren nuestros sentidos.
Hace unos 2216 años, un griego llamado Aristarco de Samos afirmó que la tierra giraba alrededor del sol. Habría que haber oído lo que decían de él sus coetáneos, claro que para eso sería necesario dominar el griego antiguo, y no es mi caso. Nos contentamos con saber que nadie le creyó, y que si ocasionalmente alguien le dio razón, sería sin duda bajo los efectos de algún buen caldo de Mesenia, de esos que se criaban en las faldas del monte Taigeto, y que una vez disipadas las euforias etílicas el fugaz prosélito volvería, veloz, a la ortodoxia aristotélica. No en vano los antiguos griegos, al igual que nosotros y que todas las gentes, incluidas las que pueblan el peculiar casar de Villafranca, lo que vemos moverse es el Sol alrededor del mundo. Así que el adelantado astrónomo hubo de ser tomado a chufla, no siendo esto lo peor que le podía pasar, a tenor de la suerte que corrió Galileo Galilei ocho siglos después, y más a tenor aún de lo que aconteciera a Giordano Bruno, por atreverse a defender similares postulados.
La cosa es que la realidad del cosmos supera nuestras muy limitadas e ilusorias realidades, y que sólo dejando a un lado las asentadas convicciones y los prejuicios podemos aspirar a avanzar un poquito hacia ella.
La ilusión de Ponzo es sólo un pequeño ejemplo, si bien paradigmático, de lo que estoy pretendiendo explicar en esta entrada.

Adjunto dos imágenes que tratan de ilustrar el porqué del efecto.
Esta imagen es una composición realizada con dos fotografías, aún calentitas, de ayer mismo.
La luna de la derecha, la que está tras la torre del reloj, es, obviamente, la misma que la de la izquierda, la más pálida. Lo que las diferencia es el tiempo en que fueron retratadas. La primera la fotografié en el orto, como demuestran las referencias paisajísticas, la segunda alcanzó el sensor de mi cámara desde las inmediaciones del cenit. Mis ojos y mi cerebro las percibieron con tamaños muy diferentes (mucho mayor la del reloj, dónde va a parar) pero el muy pragmático sensor no se dejó engañar, y las reveló iguales en lo que atañe a perímetros, diámetros y otros euclidianos parámetros. 
La imagen no tiene más edición que la extracción de la luna cenital y su colocación junto a la otra, sin modificar en absoluto los tamaños captados por la cámara.
Ambas fotografías fueron tomadas con la misma cámara, la misma óptica e idéntica longitud focal: Teleobjetivo de 300 mm.
¿Por qué si son iguales las vemos diferentes? 
Ignoro si con esta imagen podré ilustrar el fenómeno conocido como "Ilusión de Ponzo" del que vengo tratando. Pero la pongo aquí para intentarlo.

Quizá un poco mejor así:


Dado que vivimos en un mundo que al menos tiene tres dimensiones espaciales, una temporal y no sé cuantas cuánticas, la perspectiva forma parte de nuestras vidas. Las lunas de la izquierda están sometidas a esa perspectiva, mientras que las de la derecha estarían en un hipotético espacio bidimensional donde este tipo de ilusiones ópticas serían inexistentes o distintas.
Aunque en la imagen no se aprecia el efecto tanto como en la tridimensional realidad, espero que se note algo y que la explicación sirva al menos para pasar un ratejo de plenilunio camuñero.




martes, 13 de septiembre de 2016

Luna

Dicen que hace 4500 millones de Años, rato arriba o abajo, un planeta llamado Proto-Tierra impactó con otro un poco más pequeño cuyo nombre era Tea, aunque en aquella época seguro que nadie llamaba así a estos astros, caso de que existieran realmente.
Se sospechaba una gran espectacularidad en el accidentado encuentro, pero ahora se ha venido en descubrir que la espectacularidad fue mucho más grande de lo que se sospechaba. Las rocas de ambos astros no se convirtieron en magma, tal como se creía, sino en gas. Según las nuevas teorías, la energía del impacto y su momento angular superaron con creces los cálculos de las precedentes hipótesis. Ayer mismo lo publicaba la revista Nature.
Plenilunio
A la sazón, de aquel inusitado piñazo, y cuando los gases volvieron a condensarse gravedad mediante, surgieron la Tierra y la Luna.
Eso es lo que postula la ciencia, basándose en el estudio comparativo de ciertos isótopos (yo creo que para terminar de cuadrarlo a la luz de las recientes novedades, deberían revisar también los tiempos). Pero hay otras opiniones. Algunos piensan que hubo impacto, pero fue de otra forma y aun en otro lugar, y ven en el cinturón de asteroides que hay entre Marte y Júpiter una clara consecuencia del violento suceso. Otros creen que el mítico planeta Niviru tuvo algo que ver en la fiestuqui cósmica, bien hallándose en el ajo sin comerlo ni beberlo, o bien siendo causante y protagonista del caso.
Incluso hay quienes afirman que la Luna es una enorme bola artificial (naturalmente hueca) manufacturada por alguna remota civilización, que se quedó en la órbita terrestre, sin que se sepa por qué, después de un largo viaje de incógnito propósito, cuyo origen, destino y tripulación permanecen también en el misterio, al no haberse encontrado hasta la fecha el preceptivo cuaderno de bitácora o, en su defecto, la reveladora caja negra. Vaya, una cosa parecida a ese enorme trasto llamado “Estrella de la muerte” que sale en la popular serie de películas “La Guerra de las Galaxias”, solo que con la superficie tuneada para pasar más desapercibida.
Creciente
Yo no sé a qué atenerme, ni con cuál de estas y otras conjeturas quedarme, por eso me limito a contemplarla de vez en cuando, a gozar su belleza y a fotografiarla cuando puedo. Bueno, alguna vueltecilla le doy también al estudio de sus movimientos, sus fases y sus cosas; algún rato dedico a conocer su influencia en nuestra historia, desde los mitos y las leyendas hasta el notable influjo que ejerce en todo nuestro acontecer, sin olvidar en ningún momento su dimensión poética.
También, y por causa de saber cómo se llama lo que veo y lo que fotografío, le vengo dando parte de atención a la selenografía y a la toponimia lunar, cosa harto interesante por su relación con la historia de la astronomía.
En cualquier caso, y sea cual sea su origen, la bella Selene está donde está y es como es. Y si no estuviera ahí o no fuera como es, nosotros no estaríamos aquí o no seríamos como somos.
 Aquí os iré mostrando mis excursiones fotográficas al satélite, y consignado algún que otro datejo, por si alguien tuviera curiosidad o interés en el tema. Aunque con estas cosas conviene que seáis prudentes y mesurados, pues os podéis convertir en unos lunáticos como yo.

                         

El Mare Imbrium
                           
El Mare Insularum 
                         
El Mare Nubium


Cráteres del Sur




viernes, 2 de septiembre de 2016

Circumpolar de Camuñas desde los huertos

"Caminito que anduvo de sur a norte mi raza vieja..."
 Atahualpa Yupanqui

Esta fotografía, como cualquier circumpolar (Incluidas las buenas), sólo refleja el movimiento de la Tierra.
Curiosa paradoja visual, pues lo que más se mueve es lo que menos movido sale.
La obvia explicación es que la cámara está en la Tierra, y se mueve con ella, integrada en ella, a su misma velocidad, por lo que no existe desplazamiento ni movimiento relativo alguno entre ambas cosas.
Podríamos alumbrar este fenómeno con alambicadas referencias a las teorías del ínclito Alberto (Einstein para el común de las gentes), bueno, podríais, porque yo no sé, o utilizar la imagen para ilustrar su concepto de “realismo ingenuo”, pero puestos a especular y lucubrar, yo sugiero una reflexión sobre el tiempo, no vamos a quedarnos en las primeras matas.
En la circumpolar se aprecia el rastro de luz de dos aviones que llevan aparentes trayectorias de choque. La contaminación lumínica del horizonte septentrional nos impide observar el impactante desenlace. ¿Colisionarían finalmente?
No. Lo sé porque de suceder tal cosa habría salido por la tele. Y quizá yo no lo habría visto, pero seguro que me lo habrían contado, porque esas catástrofes suelen dar tema de conversación para unos días en los diversos mentideros y ágoras contemporáneas, tanto digitales como analógicas. Pero también lo sé porque fui testigo presencial del paso de esos raudos artificios que se dedican, entre otras cosas, a fastidiar astrofotografías. Transcurrió un rato largo entre uno y otro, tanto que, probablemente, el primero ya habría tomado tierra en Barajas, tan contento, cuando entraba el segundo en el encuadre.
El tiempo los separa, sin embargo nosotros podemos ver aquí sus distintos momentos como si no existiera lapso alguno entre ellos, como si todo sucediera simultáneamente.
En general aquí hay más de una hora de luz atrapada en una especie de “instante” detenido y sin embargo continuo.
La materia, la energía, la gravedad, la luz…
El tiempo. ¿Causa, efecto, continente, contenido…?

No sé, pero creo que, si tengo tiempo, le voy a dar una vueltecilla a este asunto, aunque ya será fuera de plano por no dar más la murga. Si eso, y en el improbable caso de que lograse desvelar algún insondable misterio sobre el particular, o de que me sobreviniera alguna iluminación sobrenatural, alguna revelación metafísica o incluso alguna manifestación mística (que no creo) ya os iría comentando.