lunes, 22 de agosto de 2016

Salida de exploración al Cristo del Valle

Hay quienes desean observar las luces rutilantes y oníricas de los supuestos ovnis, y ver cómo sortean las trazas rectilíneas de los aviones con destino Barajas, ejecutando imposibles movimientos que revelen de forma indubitable su  origen alienígena, describiendo giros y ángulos, practicando cabriolas y piruetas, aceleraciones y frenazos vedados por las leyes físicas conocidas. Pero los aficionados a la astronomía solemos ser un poco más modestos en nuestras aspiraciones y nos contentamos con buscar la luz lejana de los objetos celestes de toda la vida, el tenue resplandor de las polícromas nebulosas, de los brazos galácticos, de los vestigios leves de viejas supernovas, de los poblados cúmulos. Queremos ver  las colas glaucas de los efímeros cometas, sus difusas comas… En fin, algo bastante más modesto y vulgar.
Pocas son las limitaciones que existen para la observación exitosa de ovnis. Basta con tener unas vigorosas ganas, una imaginación creativa o una fe inquebrantable en sus apóstoles (creer para ver) Así, si vienen se reciben, y si no se imaginan con fuerza hasta condensar sus oníricas imágenes haciéndolas realidad tangible, según patrones propios o prediseñados. Si se pone el fervor suficiente en el empeño, puede llegarse incluso a gozar la posibilidad de tomar unas cañas con los fulgentes tripulantes de la ingrávida nao, averiguando así sus preferencias en cuanto se refiere al asunto, en modo alguno baladí, del tapeo que, con su correspondiente sazón pseudoespiritual, podría salvar al mundo de sí mismo.
Pero la observación de los astros, pese a ser más sencilla y accesible,  encara muchos más inconvenientes. Uno de ellos, no menor, es la contaminación lumínica.
Es por eso que los aficionados, especialmente aquellos que habitan grandes urbes, han de peregrinar, cual penitentes, por montes y llanuras buscando oscuridad.
Sí, oscuridad. Sólo en los más oscuros y despejados cielos puede verse la luz de los cuerpos celestes en todo su esplendor. Sólo la oscuridad nos revela la luz. Puede sonar paradójico, pero así es casi todo en la vida.
Buscar cielos oscuros es una tarea cada vez más ardua, que  impone largas diásporas. Por aquí nuestros nortes se resumen en el hongo de luz de Madrid hasta bien pasado el centenar de millas. El imperio de la farola se nos muestra tiránico e inmisericorde, nos jode bien jodidos. Pero continuamos buscando y plantando nuestros trípodes, ora en esta vaguada, ora en aquel collado, ora en esa llanura.
La ermita del Cristo del Valle, en el término municipal de Tembleque (Toledo) fue el destino de la última misión expedicionaria prospectora de cielos oscuros en la que he participado. Aconteció el día 30 de Julio de 2016
Aun careciendo del don de la prognosis se podía adelantar con poco riesgo y ya desde la propuesta, que el lugar iba a ser algo mejor que algunos y algo peor que otros. Nada que ver, en cuanto a calidad del cielo, con esos negros hasta el horizonte que gozan los desiertos procelosos de Gobi, pero es que aquello queda algo a trasmano.
Bueno, resumiendo, el paraje no estaba del todo mal, ni del todo bien. Así lo determinaron las necesarias comparaciones con la ermita de Melque o Corral de Almaguer, lugares clásicos de observación para los estrelleros del muy metropolitano arco sur de Madrid. Aunque la evaluación se vio indeseablemente iluminada por unas nubes bajas, más numerosas y persistentes de lo que exige el protocolo. La inoportuna nubosidad no tardó en provocar el desistimiento de Pablo (“El doctor Bacterio”), pero como no hay mal que por bien no venga, el muchacho extrajo una inesperada guitarra de entre sus cachivaches astronómicos, y se ocupó en amenizar la noche con canciones brillantemente interpretadas.

Aquí dejo unas fotos de la dura campaña.
Circumpolar del Cristo del Valle



Fotografía de Roberto Ferrero




Admito que se me ha ido la mano escribiendo, es que me pongo y pierdo el conocimiento, pero en lo sucesivo intentaré contenerme un poco.



No hay comentarios:

Publicar un comentario