sábado, 24 de septiembre de 2016

De los Cometas

Para ser fiel a las muy antiguas y asentadas tradiciones de este blog, voy a comenzar la presente entrada abordando la etimología de la palabra que define el objeto tratado.
Cometa proviene, dicen los que entienden (de esto), del vocablo griego κομήτης
A quienes venís siguiendo estos artículos míos, es decir a vosotros tres, después de lo de los planetas ya os supongo bastante sueltos y versados en la lengua de Sócrates, por lo que no considero necesaria explicación alguna sobre el término clásico. Sé que lo habéis entendido nada más verlo. Pero por si surgiera que a alguien, pasando por ahí y como el que no quiere de la cosa, le diera por echar una ojeada, ya fuera liviana y aun esquiva, diré que las letras raras, en su orden, en su composición y en su conjunto, quieren decir Cabellera o Melena. Esto si hubiéramos de traducirlo actualmente a la lengua oficial de Camuñas. Pero antes de la vigente actualidad camuñera, aconteció la pretérita actualidad romana, y aquellas gentes de las túnicas y los cascos ornados con cepillos, tradujeron  el ya por entonces viejo vocablo por Cometa, y con Cometa se han quedado  esos pequeños astros que en excéntricas órbitas, ya elípticas, parabólicas o hiperbólicas, recorren el sistema Solar desde los remotísimos confines exteriores a las inmediaciones cálidas de la estrella.
Esto es así porque los cometas contienen materiales que se subliman al acercarse al sol, formando una suerte de atmósfera alrededor de su núcleo, que asemeja una especie de cabellera. Tras una observación más detallada se vino en diseccionar el cuerpo celeste descubriendo y clasificando las diversas partes que lo componen. Hoy en día, y sin que el conjunto haya sufrido cambios en su denominación, la Cabellera o Coma es sólo una parte de los cometas: su “atmósfera”.
Más dentro está su núcleo, hecho de Hielo y materiales rocosos; y más fuera se extiende su cola, la más vistosa y peculiar de sus características. Bueno, en realidad los cometas suelen tener dos colas, una llamada iónica, que se extiende siempre en dirección contraria a la posición del sol, y otra compuesta de polvo que va quedando atrás, como una estela, en la dirección seguida por el astro. A veces coinciden y se confunden en una sola, en otras ocasiones aparecen perfectamente diferenciadas y divergentes, formando una especie de uve cuyo vértice es el núcleo.
¿Que de dónde vienen? Al carecer de pasaporte no ha resultado fácil averiguarlo, porque amén de la carencia del preceptivo documento, no pueden declarar su procedencia de forma inteligible, pues no conocen el griego, ni el latín, ni el castellano, ni el camuñero, ni el inglés… Bueno el inglés es normal que lo ignoren dada la condición minoritaria de ese rarísimo idioma, pero podrían saber villafranquero, pues se sospecha que algún paisano del vecino pueblo ha llegado a sus peregrinas superficies con la emprendedora pretensión de vender especias. Pues no, tampoco parlan villafranquero. Ante tan denso enigma, la ciencia no ha dudado en emplear su más eficaz arma: El chinchorreo metódico. Así ahora sabemos que estos astros, viajeros donde los haya, proceden,  unos del Cinturón de Kuiper, una especie de anillo de asteroides ubicado más allá de Neptuno; y otros de la Nube de Oort, región aún hipotética poblada de fragmentos de hielo, así como de rocas sueltas de distintos tamaños y de diversas formas, que rodea todo el sistema solar, teórica y supuestamente por el momento.
¿Qué a dónde van? La mayoría de ellos al lugar de su procedencia, para volver después sobre sus pasos una vez y otra vez hasta gastarse totalmente. Otros no se resignan a darle tantas vueltas a su existencia y se marchan del sistema solar. Hay otros que deciden establecerse en alguno de los grandes planetas que encuentran en su viaje, y se quedan ahí, dando más vueltas, pero evitando las calores de las cercanías del Sol. Y aún hay otros que se estrellan contra la estrella, o contra alguno de los planetas cuya vecindad invaden con temeraria inconsciencia y sin ver el peligro.  
Conviene decir que en su origen los cometas no son tan vistosos como cuando se ponen al alcance de nuestros telescopios. Su cabellera y sus colas aparecen sólo cuando se acercan al Sol lo suficiente como para que los materiales de sus superficies comiencen a sublimarse, entre 5 y 10 Unidades Astronómicas. La cola iónica la componen partículas que son arrancadas de la cabellera e impulsadas hacia el espacio por el viento solar. A medida que los pequeños astros se acercan a la gran estrella, sus colas se hacen más grandes y brillantes, para decrecer cuando, pasado el perihelio, se van alejando.
Los cometas han suscitado siempre una gran atención, y su influencia en la historia de la humanidad es notoria y no siempre positiva. No por su culpa, que ellos pasan, sino porque no pocas veces, en cuanto se ponían a tiro, comenzaba a proliferar, de forma directamente proporcional al crecimiento de sus colas, el número de profetas, adivinos, augures, videntes y charlatanes de toda laya que anunciaban incontables catástrofes de las que les hacían responsables o emisarios. Como botón de muestra sugiero consultar uno de los más recientes y dramáticos sucesos relacionados con esto: El suicidio colectivo de 39 personas, pertenecientes a una secta llamada Heaven’s Gate. ¿En la edad media? No, fue en 1997, con motivo del paso del bello y espectacular cometa Hale Bopp, en la era de Internet y en el patético caldo de un potaje sincrético de creencias que amasaban a Cristo con los extraterrestres sin dejar fuera del puchero casi ninguno de los credos que en el mundo han sido y son, desde los más exóticos a los más autóctonos, desde los más vetustos a los más novedosos, mostrando siempre una especial predilección por sus aspectos más delirantes y absurdos. Pero esta es otra historia.
Soy consciente de lo mucho que me dejo en el tintero respecto a estos pequeños e inquietos vecinos de Sistema Solar, cada uno de ellos merecería una entrada al menos tan larga como esta, pero por el momento sólo pretendo un inicial acercamiento, un primer contacto genérico, y creo que ya está bien, salvo que alguien aporte algún dato, que será bienvenido, alguna puntualización, corrección, crítica, comentario o pregunta, que también.
Mi experiencia fotográfica con los cometas he de confesar que es casi inexistente. Contaba con Ison para estrenarme, lo tenía todo preparado para el gran espectáculo que anunciaba la llegada de este cometa, pero se rompió en un perihelio demasiado cerrado. La estrella no perdona, no puede. Yo habría cambiado ese nombre que tantas expectativas suscitó, por el de Ícaro.

Me estrené en Corral de Almaguer con Lovejoy, en una fotografía de amplio campo que pretendía mostrar toda la extensión de su inmensa cola.


Como no parece que la cosa fuera para tirar cohetes, pretendiendo hacer de la necesidad virtud realicé este montajillo utilizando elementos del entorno.



Luego lo intenté con Catalina y sus claramente diferenciadas colas. Le retraté a su paso entre la estrella Alkaid y la Galaxia del Molinete (M101). Pongo la imagen porque no tengo más para elegir. Estaré más atento con las próximas visitas.




Para intentar in extremis que esta fotografía tenga alguna utilidad, voy a explicar con ella las partes de un cometa.



Lo peor del asunto es que no voy a tener una nueva oportunidad con este cometa. Catalina ha venido por primera y última vez. Se ha ido para siempre, como está escrito:

Volverán las oscuras golondrinas
del canalón sus nidos a colgar,
pero el bello cometa Catalina,
ese, mi muy querida Josefina,
ese no volverá.


Me quedaría mal cuerpo si concluyera esta entrada con tan escasas y tan pobres imágenes, Por eso, y para dejaros una buena impresión, he decidido insertar una impresionante imagen del Hale Bopp. Es una de las mejores que he visto entre las muchas que nos dejó este cometa, cuya contemplación me deparó inolvidables momentos vividos con mi hijo Néstor en su infancia, desde el molino de La Unión.
La fotografía que os muestro ahora, que compensa  con creces la mediocridad de las anteriores y que en mi opinión salva esta entrada, es de Rubén Martín-Benito y, según dice él mismo, aúna dos de sus más añejas aficiones: la astronomía y la fotografía de fiestas populares.
 Disfrutadla.
Holy Week and Hale Bopp (Rubén Martín-Benito Romero)




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